domingo, 28 de diciembre de 2008

El Último Día

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Este relato de Juan Jesús Muñoz Martín hace una reflexión sobre la vida y el amor, entrelazando las bonanzas y las desgracias del uno y el otro. Es la primera colaboración que recibimos en este espacio virtual.
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............................................................................................... El Último Día
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por Juan Jesús Muñoz Martín
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No siempre las cosas se desarrollan como uno quiere, mi actitud siempre ha sido la de un inconformista, quizás por mi visión pesimista de la vida. Hoy no trabajo, y la casa se me echa encima, sus paredes solitarias me ahogan, el descanso me fatiga, el tiempo me parece bloqueado.

Atravieso con la mirada el cristal de mi habitación, y no veo más allá que pequeños círculos, casi concéntricos, de la suciedad pegada a éstos, que toman distintas tonalidades, marrón, gris, negro-azabache..., alternados con grandes islas de un color blanquecino, en cuyo centro destaca un mogote negro, cuya característica principal es la de ser origen animal,... cualquier día de estos voy a desempolvar la escopeta de aire comprimido que tengo olvidada en el armario y ...

Me dirijo hacia la calle Estrada, es allí donde tengo cita con mi psiquiatra, una mujer de unos treinta y pico años, que destaca por su larga melena rubia, todo el mundo intuye que esta mujer conserva poco de la naturalidad con la que una persona nace, sus grandes labios parecen dos grandes morcillas de Burgos, embutidas en una tripa de color rojo fuego, pues es tal su manifiesta preocupación por su aspecto físico que es casi imposible verla un defecto: Una uña mal cortada, un pelo enmarañado o sin peinar, una blusa que no esté a juego con la falda y por supuesto con los zapatos... esto está incluido en su gran códice de faltas de las demás personas, resto de seres mortales defectuosos, carentes de una personalidad definida, susceptibles a unos traumas infantiles jamás superados en los que en su interior reina una atmósfera de caos e incertidumbre (palabras copiadas de una de mis numerosas conversaciones en el sofá de la consulta).

La llegada se me hace muy tortuosa, el tráfico impide el trasiego por la calles con fluidez, es verano, y el sol luce en su máximo esplendor. Mi coche, un viejo Ford Fiesta de color negro, absorbe todos los rayos solares, con el consiguiente aumento de la temperatura.

El sudor recorre todo mi cuerpo, el mal olor va envolviéndome, en estos casos te das cuenta de la inutilidad del desodorante, y eso que en la publicidad te cuentan que son efecto veinticuatro horas...será en condiciones de burbuja, y solo piensas en la forma de llegar a casa para poder ducharte y poder eliminar todo.

Consigo aparcar, no sin ciertas dificultades y pagando el correspondiente canon al tío bajito y feo de la mano torcida, que se dedica a indicarte los posibles sitios libres y cómo debes maniobrar con el volante para aparcar. Claro que eso pensé la última vez que coincidí con él, y después de ignorarle e intentar esquivarle, lo siguiente que me encontré al volver fue un profundo y largo arañazo en el coche.
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Me ha gustado tu relato Juanje.