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Es un espacio claro en el que me demoro con lentitud, durante horas. No hay deseo ni penas, ni norte, ni motivo, solo mi puro estar. El aire y su impecable fragilidad me acogen. Soy yo misma la sombra que proyecta en mí su exaltación, la que me daba fuelle y sostenía y la que ahora ayuda a despojarme de toda máscara que no sea piel, de mi memoria blanca en el jardín nublado de tanto y tanto tantear la niebla gozando, al fin, de un poco de blancura.
La desnudez de este viaje ofrece una aureola para mis impuros ojos, que nunca pueden cansarse de mirar y no desfallecieron: los que tu noche nunca cegarían y así han sabido sostener tu mirada de halcón que ha escapado a la muerte y es por ello paloma sobre el promontorio de mis ensoñaciones. Ellos saben que los verdugos no nos deslumbraron con esta exangüe luz de la mañana.
Esta espesa neblina que me saluda con el amanecer, ¿es humo innoble de la hoguera donde ardió la mujer el cuerpo en llamas o es solo el vaho que sobre mí arrojan los recuerdos informes de la travesía, buscando sepultarme en su verdad visible, es decir, en las aguas de la inseguridad? Una gota de sangre no bastó: nada puede deshacer el surco de una lágrima. De lo que fue el origen (si es que hay un origen) cerrado por devoraciones persiste un humus y la carne inmóvil.
Es una hipótesis. Trabajo como si las palabras con que escribo se pudiesen beber de un trago, así todo el sabor amargo que dejan en la boca, la pureza del líquido inicial, aceptarían desaparecer. Busco la fórmula que me permita hablar sin que ninguno de los pequeños miedos cotidianos consiga interferir. Hay tantas cosas que decirse... Sentada en esta mesa, veo a través de la ventana el cedro en el jardín. Su impavidez me sirve de pretexto para asumir el orden del desorden, esas hojas perennes que se derraman por el suelo como agujas abiertas sobre sus orillas. Son hojas en las que no hacen mella el grito de los pájaros, ni las salmodias de los grillos, ni el coro de las voces infantiles que juegan en la calle y al mirarse a los ojos absortos en la dicha sin contemplaciones, nos ofrecen la savia de su obstinación. Las raíces de un aire que no tiene raíces son cómplices conmigo, me despojan de esa esperanza que llamamos fruto y al mismo tiempo crecen y disuaden a todo aquel que fía en la nostalgia dura de la pureza, el peso construido de su alegría nos invade. Es cierto que una mancha de sol tiñe la espesa fractura de la luz. Desde aquí abajo siempre es otra la escena, otro nivel para que la promesa alcance cumplimiento. La espuma de los días nos deslumbra mientras el cuerpo ruge y se debate entre acogerse a mi avidez o abrir una brecha más íntima entre la noche y tú.
Ya no se trata de quemar las naves ni de querer armonizar mi silencio y el tuyo. Son dos silencios indistintos en los que el rumor de los desarraigados hace que no escuchemos la agonía de las estrellas con que sueño. El mar y el ubicuo fantasma de los huertos abren heridas desiguales. No es que esté ausente la verdad –sabes que siempre la llevé conmigo- pero no pude controlarla, ni dejarla crecer, libre, en los atardeceres.
Tejer y destejer es el atributo (dicen) de los estados de melancolía, pero en vivir no hay nada melancólico, quizá no más que un gesto de sorpresa bajo una luz no complaciente. A mí me resulta difícil asumirlo y me rebelo a su prisión. Por eso indico la distancia más corta para atravesar la leve línea ente dos sombras, tu cuerpo ininteligible y su esplendor: un río cuyo curso bebimos para beber el fondo y era de piedra y música callada.
Es su pasión quien ahora nos rehace (nada está muerto hasta que se acaba del todo), y la que siembra a nuestro alrededor el estremecimiento de una voz gastada a fuerza de decirte, de reconocer lo irrenunciable de la muerte. Erguida en esta ciudad frente a la misma bruma, recojo de la tierra huesos de palabras, y las arrojo entre los surcos con el convencimiento de que germinarán hasta que llegue un día en que me suba a ellas como en un barco que me lleve a ti.
Y así, en el fiel de lo irrecuperable, su compañía es como un bálsamo. Falta de hogar en su regazo extinto encuentro hoy un abrigo para los que creyeron en mi orfandad, el muro que hizo inviable demoler fronteras esa gravitación reconocible, aunque fugaz, donde buscar un centro que no fuese ni un antes ni un después. Esa es la imagen donde te descubro, cuerpo o camino por el que ascender. No ignoro que así sucede siempre en el amor..
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La desnudez de este viaje ofrece una aureola para mis impuros ojos, que nunca pueden cansarse de mirar y no desfallecieron: los que tu noche nunca cegarían y así han sabido sostener tu mirada de halcón que ha escapado a la muerte y es por ello paloma sobre el promontorio de mis ensoñaciones. Ellos saben que los verdugos no nos deslumbraron con esta exangüe luz de la mañana.
Esta espesa neblina que me saluda con el amanecer, ¿es humo innoble de la hoguera donde ardió la mujer el cuerpo en llamas o es solo el vaho que sobre mí arrojan los recuerdos informes de la travesía, buscando sepultarme en su verdad visible, es decir, en las aguas de la inseguridad? Una gota de sangre no bastó: nada puede deshacer el surco de una lágrima. De lo que fue el origen (si es que hay un origen) cerrado por devoraciones persiste un humus y la carne inmóvil.
Es una hipótesis. Trabajo como si las palabras con que escribo se pudiesen beber de un trago, así todo el sabor amargo que dejan en la boca, la pureza del líquido inicial, aceptarían desaparecer. Busco la fórmula que me permita hablar sin que ninguno de los pequeños miedos cotidianos consiga interferir. Hay tantas cosas que decirse... Sentada en esta mesa, veo a través de la ventana el cedro en el jardín. Su impavidez me sirve de pretexto para asumir el orden del desorden, esas hojas perennes que se derraman por el suelo como agujas abiertas sobre sus orillas. Son hojas en las que no hacen mella el grito de los pájaros, ni las salmodias de los grillos, ni el coro de las voces infantiles que juegan en la calle y al mirarse a los ojos absortos en la dicha sin contemplaciones, nos ofrecen la savia de su obstinación. Las raíces de un aire que no tiene raíces son cómplices conmigo, me despojan de esa esperanza que llamamos fruto y al mismo tiempo crecen y disuaden a todo aquel que fía en la nostalgia dura de la pureza, el peso construido de su alegría nos invade. Es cierto que una mancha de sol tiñe la espesa fractura de la luz. Desde aquí abajo siempre es otra la escena, otro nivel para que la promesa alcance cumplimiento. La espuma de los días nos deslumbra mientras el cuerpo ruge y se debate entre acogerse a mi avidez o abrir una brecha más íntima entre la noche y tú.
Ya no se trata de quemar las naves ni de querer armonizar mi silencio y el tuyo. Son dos silencios indistintos en los que el rumor de los desarraigados hace que no escuchemos la agonía de las estrellas con que sueño. El mar y el ubicuo fantasma de los huertos abren heridas desiguales. No es que esté ausente la verdad –sabes que siempre la llevé conmigo- pero no pude controlarla, ni dejarla crecer, libre, en los atardeceres.
Tejer y destejer es el atributo (dicen) de los estados de melancolía, pero en vivir no hay nada melancólico, quizá no más que un gesto de sorpresa bajo una luz no complaciente. A mí me resulta difícil asumirlo y me rebelo a su prisión. Por eso indico la distancia más corta para atravesar la leve línea ente dos sombras, tu cuerpo ininteligible y su esplendor: un río cuyo curso bebimos para beber el fondo y era de piedra y música callada.
Es su pasión quien ahora nos rehace (nada está muerto hasta que se acaba del todo), y la que siembra a nuestro alrededor el estremecimiento de una voz gastada a fuerza de decirte, de reconocer lo irrenunciable de la muerte. Erguida en esta ciudad frente a la misma bruma, recojo de la tierra huesos de palabras, y las arrojo entre los surcos con el convencimiento de que germinarán hasta que llegue un día en que me suba a ellas como en un barco que me lleve a ti.
Y así, en el fiel de lo irrecuperable, su compañía es como un bálsamo. Falta de hogar en su regazo extinto encuentro hoy un abrigo para los que creyeron en mi orfandad, el muro que hizo inviable demoler fronteras esa gravitación reconocible, aunque fugaz, donde buscar un centro que no fuese ni un antes ni un después. Esa es la imagen donde te descubro, cuerpo o camino por el que ascender. No ignoro que así sucede siempre en el amor..
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Para Nacho, mi jardinerito mágico.
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Autora e ilustradora: Marisa Pascual
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1 comentario:
Cada vez que te leo siento una inspiración en el alma que me dice : " esto sí", porque tienes ese virtuosismo de la sencillez que me encandila con fruición, en esa capacidad inherente a ti de animar los momentos con la impronta de lo especial permanentemente.
La gran belleza de tus letras que son semblanza de tu personalísima sensibilidad, me ha llegado el alma de manera inopinada desde que sé de ti ; con esa inesperada sorpresa que dona la vida no como un préstamo sino como óbolo indeleble que pertenece a la ganancia espiritual que nos llevamos con nosotros acabado el periplo de esta existencia rauda. De algún modo regresaste a mí para multiplicarme el regalo porque siempre tuve la sensación de reconocerte cuando supe por vez primera de ti, Marisa.
Que ya me tienes epatado y consistentemente admirado es algo que ya sabes y tu facilidad para rizar el rizo es del todo ingeniosa sin pretensiones formales porque toda tú eres un portento de "informales coherencias"... el mundo no te alcanza.
Eres creadora de nuevos órdenes inspirativos allá donde otros se extraviarían en los dédalos de lo indeterminado;tú eres una concreta resolución de valores a cada cual más hermoso que te allega al infinito espíritu de lo universal con el que estás tan familiarizada y yo que lo goce en tu creación.
Después de leer lo dedicado a tu jardinero de la rosa - Dios mío cómo te desparramas en los magines de esta linda niña- quedo cubierto de tu fulgurante manto de genialidad y embriagado de esos aromas de ensueño que supone haber sido motivo de tu dedicación literaria en lo que ha resultado una superlativa impresión para mi alma emocionada por recibir algo tan magnánimo de tu inspiración.
No quiero tener palabras para gradecértelo porque siento que mi gratitud pertenece al estadío de los silencios del alma, donde todo se explica con la ternura infinita de lo que el corazón dicta desde el infinito del que tú y yo provenimos.
Estoy seguro de que a mi vida llegó una amistad ejemplar para motivar el espíritu de la grandeza ; grandeza sí aun sencilla, tan bien la reflejas en cada gesto que da vida a tu excepcional presencia y que yo intuyo en el sueño de un firmamento en que desenvolvernos ingrávidos. Sé que estoy conociendo a un gran personaje que tiene su momento escrito en el destino de los grandes. Tiempo al tiempo, jovencita.
Me siento privilegiado por el clamor de tu esplendorosa creatividad que me ha penetrado el alma, con la ingravidez de las estelas siderales iluminadas con la energía de tu afecto que es como un universo en expansión llegado como una caricia a mi agradecido corazón amigo que te pertenece entero o a cachitos, como tú gustes.
Nadie mejor que tú para poder decir que jamás me escribieron algo tan magnánimo por el fondo personal inimitable que desprende tu don creativo.
Gracias en el alma, Marisa , es una delicia cada segundo de lectura .
Nacho, tu agradecido jardinero.
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