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Revista Tierras nº 160
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David Sánchez Sáez
Juan Fernández Segovia
.La viticultura y la vinicultura forman un binomio, la vitivinicultura, que es imposible concebir sin una de ellas. No podemos entenderlas como dos realidades distintas, aunque no es descabellado pensar que la vinicultura nació antes que la viticultura. Presumiblemente, los pueblos nómadas, de hace más de 6.000 ó 7.000 años, ya elaboraban vino a partir de uvas silvestres. Gracias a sus azúcares, concentrados en las pepitas, y su abundante contenido líquido, éste es el único fruto con tendencia natural a fermentar. Cuando está maduro su jugo entra en contacto con las levaduras, presentes en la piel de las bayas, de forma que, si el zumo se encuentra en un recipiente, el vino se hará solo. Por tanto no es complicado imaginarse a un Homo sapiens colocando uvas en un cuenco y, tras un descuido, descubrir el suculento caldo que tanto ha dado que hablar.
Fueron los romanos los que extendieron la vitivinicultura por el centro del continente europeo, y por consiguiente en la Ribera del Duero, y los que desarrollaron potentes mecanismos que fueron consolidando, a la vez que apuntalaban su Imperio, importando nuevas variedades de uva, mejorando las disponibles y acometiendo avances técnicos como el lagar, la ánfora o la barrica. Introdujeron, además, las botellas y recipientes de vidrio, el marco a tresbolillo o el injerto lo que condujo a vinos de calidad espesos, amargos y con alta graduación alcohólica. Existen vestigios arqueológicos de esta época en la Ribera del Duero, fechados en la primera mitad del S.V d.C., como un mosaico dedicado al dios Baco en la villa romana de Santa Cruz en Baños de Valdearados (Burgos).
Pero la presencia de vino en la Ribera del Duero fue anterior al Imperio Romano pues se han encontrado restos en los enterramientos Vacceos de Pintia (Padilla de Duero – Peñafiel en la provincia de Valladolid) que ponen de manifiesto el importante papel que jugaba el vino para este pueblo. Los vacceos son una etnia prerromana que habitó la meseta central en el curso medio del Duero y el Pisuerga y que se organizaba en torno a ciudades como Pintia. Su origen se sitúa en el S.V a.C. y su declive se produjo, tras romanizarse, en el S.VII d.C., con la ocupación visigoda. En la necrópolis de este yacimiento fue hallada una copa fechada en el S.IV a.C. cuya analítica ha corroborado la presencia de vino, aunque no de viñedos, a pesar de que no se descarta pues en recientes intervenciones en la antigua Cauca, actual Coca en la provincia de Segovia, se han recuperado pepitas de uva, con lo que no es descabellado pensar que, también, se cultivase en esta zona. Estrabón (63 a.C. – 24 d.C.) en su obra Geografía nos relata que los vacceos, en el S. V a.C., habían creado los primeros viñedos ibéricos pero sólo en el litoral peninsular manteniendo que en la Ribera del Duero no se conocía el cultivo de la vid.
A partir del S.VIII España estuvo sometida a una larga ocupación musulmana. Durante centurias la meseta castellana fue tierra de nadie, donde el goteo de ejércitos musulmanes y cristianos era constante al igual que el saqueo y la destrucción sistemática de ciudades, aldeas y cultivos por parte de ambos bandos, lo que condujo a que estas tierras se convirtiesen en un desierto demográfico. Los viñedos fueron de los pocos cultivos que resistieron las devastadoras guerras ya que era sumamente complejo arrasar con las explotaciones, configuradas por plantas bien separadas entre sí por cuestiones de optimización hídrica ante la aridez de los terrenos.
La reconquista militar fue acompañada de la repoblación de toda la zona que había sido asolada. En este proceso tuvieron mucha importancia las órdenes monásticas que se instituyeron en todo el territorio ganado a fin de ir, de nuevo, instaurando el dogma católico. Uno de los momentos clave para la Ribera del Duero fue la fundación, en el S.XII, del Monasterio Cisterciense de Santa María de Valbuena. Los frailes provenientes de la borgoña francesa, donde había infundado un profundo arraigo hacia la vitivinicultura, cultivaban sus viñedos, próximos al monasterio, y el resto lo arrendaban a los Concejos que les pagaban en trigo y vino, comercializándose el excedente ante el momento de auge que se estaba viviendo Es una buena época para la Ribera del Duero que ve como se incrementa su producción ante una sucesión de años con tiempo meteorológico benigno y un aumento de la explotación de vid por la constitución de una nueva articulación social del territorio en torno al vino. Se instauran los contratos “complantatio” (a medias), un tipo de arrendamiento por el cual el propietario de una tierra sin cultivar, en el caso de la Ribera del Duero los monjes del monasterio de Santa María de Valbuena, la cede a un viticultor para que él la plante con cepas, y cuando el viñedo empiece a dar frutos, se divide a la mitad entre el dueño y el trabajador. De este modo una gran cantidad de extensiones pasan a manos de pequeños productores.
En el S.XIV el sector vitivinícola sufre una recesión y cobran un especial protagonismo los Concejos, en busca de la defensa de los viñedos de sus demarcaciones con ordenanzas que fijan medidas contra los robos, la regulación del trabajo en la vendimia, el almacenamiento, consumo, venta, etc. La excesiva parcelación de los viñedos y la necesidad de protegerlos, condicionaron un nuevo modelo de organización agrícola basado en pagos. Éstos eran un conjunto de viñas de diferentes propietarios que se juntaban para facilitar su vigilancia. Mediante este reagrupamiento los guardas podían salvaguardar la producción de uva. Según la Ordenanza de Peñafiel (1345), los “viñaderos”, debían vigilar, día y noche, el pago asignado y su primera tarea pasaba por preparar su choza, refugio muy básico construido con ramas, abobe o piedra que, además, servía a los cultivadores para protegerse de las adversidades climáticas. La labor de los guardianes se acompañaba de una serie de medidas muy estrictas para evitar el hurto de las uvas, llegándose a prohibir, hasta a los propietarios, acudir a los viñedos a por mimbres, veros y tamarises. En Roa (Burgos) se desarrolla una reglamentación local para ordenar la vendimia entre todos los propietarios que debían de respetar todo lo dispuesto en ella referido a la contratación de los trabajadores, sus salarios, horarios,... En la Ribera burgalesa los Concejos se encargaban de contratar a los jornaleros y los verederos salían con destino a la sierra y los pueblos de Segovia y Soria para reclutar personal.
En el S. XVIII, en la Ribera del Duero, se consolida la expansión vitícola que se había iniciado el siglo anterior. No obstante, según el Catastro del Marqués de la Ensenada, los viñedos de Peñafiel, Pesquera y Curiel (Valladolid) no eran muy extensos, aunque ya estaban muy bien considerados sus caldos. De 1870 a 1884 la vitivinicultura española atraviesa un periodo de euforia ante las elevadas ventas y el alto precio de los vinos, lo que condujo a un aumento de la extensión de la vid. La mano destructora de la filoxera en Francia multiplicó las exportaciones desde España aprovechándose el ferrocarril que abarató sustancialmente los costes del transporte. El aislamiento territorial al que estaba sometida la Ribera del Duero no ayudó mucho a un incremento masivo de los viñedos, aunque sus exportaciones eran significativas.
La devastadora acción de la filoxera llegó a la zona a finales de siglo y redujo a un tercio la superficie de viñedos. En vistas del imparable avance del parásito se declaró esta invasión como calamidad pública, creándose una comisión central de defensa en Madrid y otras tantas provinciales y municipales. La debilidad de las cepas autóctonas ante la filoxera obligó a importar vides americanas que poseían raíces inmunes al insecto y sobre las que se injertaron las variedades locales. Estas soluciones contribuyeron a frenar a la demoledora filoxera pero desembocaron en una significativa reducción de la productividad y en el avance de otros tipos de uva como la Garnacha y la Mollar que resultaron de buena calidad para la obtención de rosados, pero no de tintos.
Hasta finales del S.XIX la preparación del suelo se realizaba a golpe de azadón y todas las plantaciones eran directas y se realizaban con los sarmientos que se obtenían de la poda, previamente seleccionados acorde a los medios técnicos del momento. Las vides se disponían en hileras poco separadas entre sí, facilitando al cultivador las labores agrícolas ejecutadas mediante tracción animal. La reposición de marras era alta con lo que la fisionomía de los viñedos era muy heterogénea. Tres cuartas partes de las tierras las explotan directamente los titulares, lo que evidencia el predominio de la pequeña propiedad y el trabajo de forma directa. Es en esta época cuando los vinos de la Ribera comienzan a despuntar y a ser considerados de calidad, principalmente por la implantación en Valbuena de Duero de Bodegas de Lecanda procedentes de Burdeos. La necesidad de vides tempranas adaptadas al frío, motivó a Eloy Lecanda a importar cepas francesas de Cabernet Sauvignon, Malbec y Merloc que se unirían a las autóctonas.
Mientras que en Europa, después de la Segunda Guerra Mundial, se incrementó ostensiblemente la producción de vino gracias a la mecanización y al empleo de sustancias químicas, en España, tras la Guerra Civil, este negocio se paralizó. En 1933 se prohíbe plantar viñas en tierras de regadío y años más tarde, en 1954, un Decreto Ley prevé el arranque de las ya sembradas, de forma fraudulenta, en tierras susceptibles de ser regadas con lo que los viñedos, que ocupaban las terrazas bajas del Duero, desaparecieron. En Aranda de Duero (Burgos) de 892 ha. de viñedo, 107 eran de regadío en 1950 pasando a 40 ha. cuatro años más tarde, y desapareciendo, casi por completo, a inicios de los 60, algo semejante a lo que ocurrió en Roa y en Pesquera de Duero.
Es en la década de los años 50 cuando la población de la Ribera del Duero decrece fruto del masivo éxodo rural hacia las ciudades. Esto provoca un abandono de las viñas, bien por la emigración de los propietarios, bien por la falta de mano de obra, lo que redujo el volumen de vinos y obligó a importar otros de zonas emergentes del país como Cataluña o Castilla La Mancha. La autarquía franquista estará marcada por el autoconsumo y la atención, a granel, de los mercados de proximidad con vinos excedentes de baja cualificación. Poco a poco el campo se fue mecanizando y a finales de los años cincuenta se implanta un nuevo sistema de producción mucho más tecnificado, lo que conduce a una disminución de las necesidades de mano obra. La distancia entre las líneas de los viñedos se ensanchó para dejar paso a los tractores lo que incrementó la densidad de cepas y aumentó los rendimientos por pie pero redujo su calidad, más cuando, también, proliferan los riesgos sanitarios por falta de aireación y sol y la concentración de humedad, lo cual incide, en su conjunto, de forma negativa en la maduración y vigorosidad de la vid.
La extraordinaria división del terruño se intenta paliar, en unos casos, a través de la concentración parcelaria y, en otros, mediante cooperativas de viticultores. La primera cooperativa que surge en la Ribera del Duero, la de Peñafiel, fundada el 29 de marzo de 1927, empezó elaborando vinos nobles a imitación de Vega Sicilia, pero a comienzos de la segunda mitad de siglo gira hacia el “clarete” que tan buena salida tenía en los mercados regionales. Ésta fue creada por 11 viticultores y la dieron el nombre de “La Primera en la Rivera” (según su acta fundacional) que bajo el nombre de Bodega “Ribera del Duero” comenzó a comercializar sus conocidos vinos “Protos”, designación cuyo significado es “el primero” en griego. De hecho, tras la creación de la Denominación de Origen y después de una tensa pugna, que incluso llegó al Tribunal Supremo, la Cooperativa le cede su título de “Ribera del Duero”.
La mayoría de los viticultores carecía de capital suficiente para modernizar sus explotaciones y las cooperativas son un modelo perfecto para avanzar, surgiendo una red que se extiende también en la ribera burgalesa, en localidades como Roa o Aranda. Estas cooperativas estaban formadas por socios viticultores que, además de su producción, aportaban capital que se sumaba al proporcionado por organismos provinciales y nacionales, sin los cuales hubiese sido muy complejo edificar las instalaciones y dotarlas de maquinaría. Llama la atención que la Cooperativa la Primera en la Ribera no contó con ninguno de estos empréstitos y se gestó sin la asistencia de agentes exógenos. Sus miembros mantienen el derecho a retirar su parte proporcional de vino para venderla ellos mismos, aunque la entidad retenía el 20% del producto con el fin de cubrir los gastos de funcionamiento. En la actualidad son 17 las cooperativas existentes en el área de la Denominación. El papel de las cooperativas fue trascendental para la supervivencia de los viñedos y gracias a ellas, hoy es significativa la superficie de viñas centenarias en la Ribera. De hecho casi el 25% de los viñedos ribereños son anteriores a 1950, existiendo un reducto, nada despreciable, del 2,22% plantado en el S.XIX, si bien es cierto que más de la mitad tiene una edad inferior a los 20 años.
A partir de la década de los 70, las sociedades productoras comienzan a experimentar un cambio de tendencia contraria a la excesiva mecanización y al masivo empleo de medios químicos tanto en el campo como en la bodega. A inicios del último tercio del S.XX se vendían las uvas y el vino joven a bodegas de otras zonas, como las de Castilla – La Mancha para, así, incrementar su tonalidad pues en esta época los precios dependían de esta variable.
Bajo este contexto, un grupo de viticultores y bodegueros, avalados por las virtudes de sus uvas y sus vinos y sabedores del gran potencial de la Ribera del Duero, se pondrían manos a la obra para conseguir una denominación de origen para sus caldos. La idea comenzaría a tomar forma durante la “Semana del Vino de la Ribera” que se celebró en 1975 en La Horra (Burgos). La organización administrativa provincial se presentaba como un obstáculo difícil de solventar pero en 1978 se solicitó al Instituto Nacional de Denominaciones de Origen la creación de una zona de calidad con el respaldo del 98% de los vitivinicultores de los municipios ribereños de las cuatro provincias afectadas (Burgos, Segovia, Soria y Valladolid). Tras un largo proceso técnico y burocrático, el 21 de julio de 1982, se firmaba el acta fundacional de la Denominación de Origen Ribera el Duero y se aprobaba su reglamento. Éste establece que el tope máximo de uva que se puede recoger por hectárea es de 7.000 kg. aunque los viticultores prefieren quedarse cortos para obtener una uva de calidad, de modo que el rendimiento medio está entre los 3.500-4000 kg. por hectárea No obstante todo ello depende de muchos factores, principalmente el clima, habiéndose dado cosechas excepcionales como la 2000 con 4.495 kg/ha. y años críticos como 1988 que permitió recoger, sólo, 713 kg/ha.
La superficie de viñedos plantados, según los últimos datos proporcionados por el Consejo Regulador, es de 20.711 ha., habiéndose iniciado la andadura de la Denominación con 6.460 ha. lo que ha supuesto un incremento, en 25 años, del 320%. Dichas tierras se plantan de distintas variedades de uva, aunque la predominante es la Tinta del País con un 94,89%, seguida de la Albillo (2,69%), la Cabernet-Savignon (1,07%), la Merlot (0,79%), la Garnacha Tinta (0,47%) y, finalmente, la Malbec (0,09%) que son cultivadas por un total de 8.395 viticultores y transformadas en excepcionales vinos por 266 bodegas. Vemos por tanto como la estructura vitícola en la Ribera del Duero es la del pequeño productor, con una tamaño medio de la explotación de 2,5 ha. No obstante, su papel dentro de la economía agrícola comarcal es vital obteniéndose con la uva en torno a la mitad de los ingresos generados por la agricultura.
Viticultura y vinicultura han vertebrado, vertebran y vertebrarán un territorio que cuenta con una gran personalidad que ha ido mejorando con el paso de los años como si de un gran reserva Ribera del Duero se tratase. Un claro ejemplo de desarrollo agrícola y rural sostenible sobre el que se ha consolidado una potente económica, claro ejemplo de unas tierras y unas gentes que con su trabajo y ambición han sido capaces de construir una filosofía de vida cuyas señas de identidad brotan del lecho del padre Duero.
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Fueron los romanos los que extendieron la vitivinicultura por el centro del continente europeo, y por consiguiente en la Ribera del Duero, y los que desarrollaron potentes mecanismos que fueron consolidando, a la vez que apuntalaban su Imperio, importando nuevas variedades de uva, mejorando las disponibles y acometiendo avances técnicos como el lagar, la ánfora o la barrica. Introdujeron, además, las botellas y recipientes de vidrio, el marco a tresbolillo o el injerto lo que condujo a vinos de calidad espesos, amargos y con alta graduación alcohólica. Existen vestigios arqueológicos de esta época en la Ribera del Duero, fechados en la primera mitad del S.V d.C., como un mosaico dedicado al dios Baco en la villa romana de Santa Cruz en Baños de Valdearados (Burgos).
Pero la presencia de vino en la Ribera del Duero fue anterior al Imperio Romano pues se han encontrado restos en los enterramientos Vacceos de Pintia (Padilla de Duero – Peñafiel en la provincia de Valladolid) que ponen de manifiesto el importante papel que jugaba el vino para este pueblo. Los vacceos son una etnia prerromana que habitó la meseta central en el curso medio del Duero y el Pisuerga y que se organizaba en torno a ciudades como Pintia. Su origen se sitúa en el S.V a.C. y su declive se produjo, tras romanizarse, en el S.VII d.C., con la ocupación visigoda. En la necrópolis de este yacimiento fue hallada una copa fechada en el S.IV a.C. cuya analítica ha corroborado la presencia de vino, aunque no de viñedos, a pesar de que no se descarta pues en recientes intervenciones en la antigua Cauca, actual Coca en la provincia de Segovia, se han recuperado pepitas de uva, con lo que no es descabellado pensar que, también, se cultivase en esta zona. Estrabón (63 a.C. – 24 d.C.) en su obra Geografía nos relata que los vacceos, en el S. V a.C., habían creado los primeros viñedos ibéricos pero sólo en el litoral peninsular manteniendo que en la Ribera del Duero no se conocía el cultivo de la vid.
A partir del S.VIII España estuvo sometida a una larga ocupación musulmana. Durante centurias la meseta castellana fue tierra de nadie, donde el goteo de ejércitos musulmanes y cristianos era constante al igual que el saqueo y la destrucción sistemática de ciudades, aldeas y cultivos por parte de ambos bandos, lo que condujo a que estas tierras se convirtiesen en un desierto demográfico. Los viñedos fueron de los pocos cultivos que resistieron las devastadoras guerras ya que era sumamente complejo arrasar con las explotaciones, configuradas por plantas bien separadas entre sí por cuestiones de optimización hídrica ante la aridez de los terrenos.
La reconquista militar fue acompañada de la repoblación de toda la zona que había sido asolada. En este proceso tuvieron mucha importancia las órdenes monásticas que se instituyeron en todo el territorio ganado a fin de ir, de nuevo, instaurando el dogma católico. Uno de los momentos clave para la Ribera del Duero fue la fundación, en el S.XII, del Monasterio Cisterciense de Santa María de Valbuena. Los frailes provenientes de la borgoña francesa, donde había infundado un profundo arraigo hacia la vitivinicultura, cultivaban sus viñedos, próximos al monasterio, y el resto lo arrendaban a los Concejos que les pagaban en trigo y vino, comercializándose el excedente ante el momento de auge que se estaba viviendo Es una buena época para la Ribera del Duero que ve como se incrementa su producción ante una sucesión de años con tiempo meteorológico benigno y un aumento de la explotación de vid por la constitución de una nueva articulación social del territorio en torno al vino. Se instauran los contratos “complantatio” (a medias), un tipo de arrendamiento por el cual el propietario de una tierra sin cultivar, en el caso de la Ribera del Duero los monjes del monasterio de Santa María de Valbuena, la cede a un viticultor para que él la plante con cepas, y cuando el viñedo empiece a dar frutos, se divide a la mitad entre el dueño y el trabajador. De este modo una gran cantidad de extensiones pasan a manos de pequeños productores.
En el S.XIV el sector vitivinícola sufre una recesión y cobran un especial protagonismo los Concejos, en busca de la defensa de los viñedos de sus demarcaciones con ordenanzas que fijan medidas contra los robos, la regulación del trabajo en la vendimia, el almacenamiento, consumo, venta, etc. La excesiva parcelación de los viñedos y la necesidad de protegerlos, condicionaron un nuevo modelo de organización agrícola basado en pagos. Éstos eran un conjunto de viñas de diferentes propietarios que se juntaban para facilitar su vigilancia. Mediante este reagrupamiento los guardas podían salvaguardar la producción de uva. Según la Ordenanza de Peñafiel (1345), los “viñaderos”, debían vigilar, día y noche, el pago asignado y su primera tarea pasaba por preparar su choza, refugio muy básico construido con ramas, abobe o piedra que, además, servía a los cultivadores para protegerse de las adversidades climáticas. La labor de los guardianes se acompañaba de una serie de medidas muy estrictas para evitar el hurto de las uvas, llegándose a prohibir, hasta a los propietarios, acudir a los viñedos a por mimbres, veros y tamarises. En Roa (Burgos) se desarrolla una reglamentación local para ordenar la vendimia entre todos los propietarios que debían de respetar todo lo dispuesto en ella referido a la contratación de los trabajadores, sus salarios, horarios,... En la Ribera burgalesa los Concejos se encargaban de contratar a los jornaleros y los verederos salían con destino a la sierra y los pueblos de Segovia y Soria para reclutar personal.
En el S. XVIII, en la Ribera del Duero, se consolida la expansión vitícola que se había iniciado el siglo anterior. No obstante, según el Catastro del Marqués de la Ensenada, los viñedos de Peñafiel, Pesquera y Curiel (Valladolid) no eran muy extensos, aunque ya estaban muy bien considerados sus caldos. De 1870 a 1884 la vitivinicultura española atraviesa un periodo de euforia ante las elevadas ventas y el alto precio de los vinos, lo que condujo a un aumento de la extensión de la vid. La mano destructora de la filoxera en Francia multiplicó las exportaciones desde España aprovechándose el ferrocarril que abarató sustancialmente los costes del transporte. El aislamiento territorial al que estaba sometida la Ribera del Duero no ayudó mucho a un incremento masivo de los viñedos, aunque sus exportaciones eran significativas.
La devastadora acción de la filoxera llegó a la zona a finales de siglo y redujo a un tercio la superficie de viñedos. En vistas del imparable avance del parásito se declaró esta invasión como calamidad pública, creándose una comisión central de defensa en Madrid y otras tantas provinciales y municipales. La debilidad de las cepas autóctonas ante la filoxera obligó a importar vides americanas que poseían raíces inmunes al insecto y sobre las que se injertaron las variedades locales. Estas soluciones contribuyeron a frenar a la demoledora filoxera pero desembocaron en una significativa reducción de la productividad y en el avance de otros tipos de uva como la Garnacha y la Mollar que resultaron de buena calidad para la obtención de rosados, pero no de tintos.
Hasta finales del S.XIX la preparación del suelo se realizaba a golpe de azadón y todas las plantaciones eran directas y se realizaban con los sarmientos que se obtenían de la poda, previamente seleccionados acorde a los medios técnicos del momento. Las vides se disponían en hileras poco separadas entre sí, facilitando al cultivador las labores agrícolas ejecutadas mediante tracción animal. La reposición de marras era alta con lo que la fisionomía de los viñedos era muy heterogénea. Tres cuartas partes de las tierras las explotan directamente los titulares, lo que evidencia el predominio de la pequeña propiedad y el trabajo de forma directa. Es en esta época cuando los vinos de la Ribera comienzan a despuntar y a ser considerados de calidad, principalmente por la implantación en Valbuena de Duero de Bodegas de Lecanda procedentes de Burdeos. La necesidad de vides tempranas adaptadas al frío, motivó a Eloy Lecanda a importar cepas francesas de Cabernet Sauvignon, Malbec y Merloc que se unirían a las autóctonas.
Mientras que en Europa, después de la Segunda Guerra Mundial, se incrementó ostensiblemente la producción de vino gracias a la mecanización y al empleo de sustancias químicas, en España, tras la Guerra Civil, este negocio se paralizó. En 1933 se prohíbe plantar viñas en tierras de regadío y años más tarde, en 1954, un Decreto Ley prevé el arranque de las ya sembradas, de forma fraudulenta, en tierras susceptibles de ser regadas con lo que los viñedos, que ocupaban las terrazas bajas del Duero, desaparecieron. En Aranda de Duero (Burgos) de 892 ha. de viñedo, 107 eran de regadío en 1950 pasando a 40 ha. cuatro años más tarde, y desapareciendo, casi por completo, a inicios de los 60, algo semejante a lo que ocurrió en Roa y en Pesquera de Duero.
Es en la década de los años 50 cuando la población de la Ribera del Duero decrece fruto del masivo éxodo rural hacia las ciudades. Esto provoca un abandono de las viñas, bien por la emigración de los propietarios, bien por la falta de mano de obra, lo que redujo el volumen de vinos y obligó a importar otros de zonas emergentes del país como Cataluña o Castilla La Mancha. La autarquía franquista estará marcada por el autoconsumo y la atención, a granel, de los mercados de proximidad con vinos excedentes de baja cualificación. Poco a poco el campo se fue mecanizando y a finales de los años cincuenta se implanta un nuevo sistema de producción mucho más tecnificado, lo que conduce a una disminución de las necesidades de mano obra. La distancia entre las líneas de los viñedos se ensanchó para dejar paso a los tractores lo que incrementó la densidad de cepas y aumentó los rendimientos por pie pero redujo su calidad, más cuando, también, proliferan los riesgos sanitarios por falta de aireación y sol y la concentración de humedad, lo cual incide, en su conjunto, de forma negativa en la maduración y vigorosidad de la vid.
La extraordinaria división del terruño se intenta paliar, en unos casos, a través de la concentración parcelaria y, en otros, mediante cooperativas de viticultores. La primera cooperativa que surge en la Ribera del Duero, la de Peñafiel, fundada el 29 de marzo de 1927, empezó elaborando vinos nobles a imitación de Vega Sicilia, pero a comienzos de la segunda mitad de siglo gira hacia el “clarete” que tan buena salida tenía en los mercados regionales. Ésta fue creada por 11 viticultores y la dieron el nombre de “La Primera en la Rivera” (según su acta fundacional) que bajo el nombre de Bodega “Ribera del Duero” comenzó a comercializar sus conocidos vinos “Protos”, designación cuyo significado es “el primero” en griego. De hecho, tras la creación de la Denominación de Origen y después de una tensa pugna, que incluso llegó al Tribunal Supremo, la Cooperativa le cede su título de “Ribera del Duero”.
La mayoría de los viticultores carecía de capital suficiente para modernizar sus explotaciones y las cooperativas son un modelo perfecto para avanzar, surgiendo una red que se extiende también en la ribera burgalesa, en localidades como Roa o Aranda. Estas cooperativas estaban formadas por socios viticultores que, además de su producción, aportaban capital que se sumaba al proporcionado por organismos provinciales y nacionales, sin los cuales hubiese sido muy complejo edificar las instalaciones y dotarlas de maquinaría. Llama la atención que la Cooperativa la Primera en la Ribera no contó con ninguno de estos empréstitos y se gestó sin la asistencia de agentes exógenos. Sus miembros mantienen el derecho a retirar su parte proporcional de vino para venderla ellos mismos, aunque la entidad retenía el 20% del producto con el fin de cubrir los gastos de funcionamiento. En la actualidad son 17 las cooperativas existentes en el área de la Denominación. El papel de las cooperativas fue trascendental para la supervivencia de los viñedos y gracias a ellas, hoy es significativa la superficie de viñas centenarias en la Ribera. De hecho casi el 25% de los viñedos ribereños son anteriores a 1950, existiendo un reducto, nada despreciable, del 2,22% plantado en el S.XIX, si bien es cierto que más de la mitad tiene una edad inferior a los 20 años.
A partir de la década de los 70, las sociedades productoras comienzan a experimentar un cambio de tendencia contraria a la excesiva mecanización y al masivo empleo de medios químicos tanto en el campo como en la bodega. A inicios del último tercio del S.XX se vendían las uvas y el vino joven a bodegas de otras zonas, como las de Castilla – La Mancha para, así, incrementar su tonalidad pues en esta época los precios dependían de esta variable.
Bajo este contexto, un grupo de viticultores y bodegueros, avalados por las virtudes de sus uvas y sus vinos y sabedores del gran potencial de la Ribera del Duero, se pondrían manos a la obra para conseguir una denominación de origen para sus caldos. La idea comenzaría a tomar forma durante la “Semana del Vino de la Ribera” que se celebró en 1975 en La Horra (Burgos). La organización administrativa provincial se presentaba como un obstáculo difícil de solventar pero en 1978 se solicitó al Instituto Nacional de Denominaciones de Origen la creación de una zona de calidad con el respaldo del 98% de los vitivinicultores de los municipios ribereños de las cuatro provincias afectadas (Burgos, Segovia, Soria y Valladolid). Tras un largo proceso técnico y burocrático, el 21 de julio de 1982, se firmaba el acta fundacional de la Denominación de Origen Ribera el Duero y se aprobaba su reglamento. Éste establece que el tope máximo de uva que se puede recoger por hectárea es de 7.000 kg. aunque los viticultores prefieren quedarse cortos para obtener una uva de calidad, de modo que el rendimiento medio está entre los 3.500-4000 kg. por hectárea No obstante todo ello depende de muchos factores, principalmente el clima, habiéndose dado cosechas excepcionales como la 2000 con 4.495 kg/ha. y años críticos como 1988 que permitió recoger, sólo, 713 kg/ha.
La superficie de viñedos plantados, según los últimos datos proporcionados por el Consejo Regulador, es de 20.711 ha., habiéndose iniciado la andadura de la Denominación con 6.460 ha. lo que ha supuesto un incremento, en 25 años, del 320%. Dichas tierras se plantan de distintas variedades de uva, aunque la predominante es la Tinta del País con un 94,89%, seguida de la Albillo (2,69%), la Cabernet-Savignon (1,07%), la Merlot (0,79%), la Garnacha Tinta (0,47%) y, finalmente, la Malbec (0,09%) que son cultivadas por un total de 8.395 viticultores y transformadas en excepcionales vinos por 266 bodegas. Vemos por tanto como la estructura vitícola en la Ribera del Duero es la del pequeño productor, con una tamaño medio de la explotación de 2,5 ha. No obstante, su papel dentro de la economía agrícola comarcal es vital obteniéndose con la uva en torno a la mitad de los ingresos generados por la agricultura.
Viticultura y vinicultura han vertebrado, vertebran y vertebrarán un territorio que cuenta con una gran personalidad que ha ido mejorando con el paso de los años como si de un gran reserva Ribera del Duero se tratase. Un claro ejemplo de desarrollo agrícola y rural sostenible sobre el que se ha consolidado una potente económica, claro ejemplo de unas tierras y unas gentes que con su trabajo y ambición han sido capaces de construir una filosofía de vida cuyas señas de identidad brotan del lecho del padre Duero.
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