Ante todo, decir que este es un librillo sin presunciones.
Pienso que los libros o las canciones de amor así denominados, están mal llamados. Mas bien son composiciones o relatos que hablan de desamor en sus penurias por “puritito desahogo”
E libro está compuesto por trece relatos cortos, habla de cosas que a veces nos parecen que solamente nosotros sentimos y sufrimos , e resulta que, de golpe, nos damos cuenta de que que son tristezas y vivencias universales.
No es mi biografía, aunque a veces, como es lógico, las cosas vienen inspiradas por las vivencias propias, lo que no es lo mismo.
Pero el encanto del libro reside en un gran regalo: el prólogo hecho ex profeso para esta obrita, de Camilo José Cela, lo que le da al libro una cierta entidad. Generosa conmigo en esta mi obra deslizando un hermoso epílogo que non sé si merezco, fue una profesora de la Universidad Camilo José Cela, Esperanza Robles, el cual, al ir de último, cuando se cierra el libro, forma un circulo con los brazos de Cela para proteger en su interior estas “vivencias” de las malas energías.
Carta a una escritora incipiente
Mi querida amiga,
La prosa de su autoría que tan heroicamente y arriesgadamente me hace llegar, está llena de encanto, de ingenuidad y de sinceridad; le felicito y desearía que dentro de muchos años siguiera usted escribiendo con igual frescura, con la misma lozanía y con idéntico benemérito descaro. Unamuno dijo, jugando al genial despropósito y a la diáfana paradoja, que la literatura no era más que muerte; para mí tengo, sin embargo, que es solo vida en agonía permanente, y uso este contexto en el etimológico sentido que Unamuno quiso darle.
El ser humano solo se meta a escribir cuando quiere vengarse de sí mismo y se clava en el corazón el cuchillo de sus propias zozobras, sin sufrimiento no hay literatura, y la felicidad se vive ¡vaya si se vive!, pero jamás se escribe, quizá para ahuyentar los remordimientos de conciencia. El dolor es más fácil de explicar que el placer, y para Paul Valery, el poeta puro, merecía probar a componer con palabras aquello que aparentemente obvio, resultaba punto menos que hermético para el entendimiento.
Hay varias clases de golpes, en el espinazo, en alguna de las tres potencias del alma, en el corazón, y de cualquiera se puede obtener saludable fruto literario si se acierta a digerir con generosidad y gracejo.
Me da la impresión de que a usted la vida le ha zurrado a modo y le felicito porque intuyo que ha sabido asimilar el dolor y convertirlo en eficaz y plausible literatura. En las páginas de Para Meigo late un permanente y bellísimo dolor que destapa los más misteriosos frascos de la esencia literaria. No estoy haciendo una crítica de su obra, no estoy emitiendo un juicio sobre sus cualidades, entiéndalo bien, pero sí estoy gozando en el recuerdo de sus añoranzas y en el cauteloso mimo de sus casi inconfesados optimismos.
¿Por qué es usted, mi querida y joven amiga, tan cruel consigo misma? Cicerón decía que la crueldad no trae ningún provecho, pero su pensamiento falla en este humano rincón que decimos la literatura porque con la crueldad del escritor nos nutrimos y solazamos los lectores, y usted es una buna prueba de cuanto digo. Me gustaría escribir un libro sobre su libro y después tirarlo al mar para que lo leyeran las sirenas o se lo comieran los rorcuales, es lo mismo; créame si le digo que las trece historias que lo componen bien merecerían mi atención porque están tan lastradas de misterio, de casi angélico dolor y de verdad. La imaginación jamás sobra, aunque usted la derrocha con valor, y en la lectura de sus páginas nadamos arropados por un clamoroso oleaje de fantasía.
Yo no soy quien para dar consejos a nadie, creo recordar que ya se lo dije alguna vez en nuestras gratas chácharas irienses, porque pienso que cada cual debe ejercer el derecho de equivocarse solo, pero le recuerdo que en el Guzmán de Alfarache se lee que consejo sin remedio es cuerpo sin alma y yo no tengo a mano ningún remedio con el que socorrerle. Le repito lo que atrás le dije: desearía que dentro de muchos años siguiera usted escribiendo como ahora, esto es, como mana el agua de la fuente clara.
Camilo José Cela
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