La comarca agraria de Arévalo - Madrigal de las Altas Torres, más comúnmente denominada "La Moraña", se extiende al norte de la provincia de Ávila, en la zona meridional de la Tierra de Campiñas, asentándose sobre la Cuenca Sedimentaria del Duero. Las tierras morañegas se expanden sobre sedimentos miocénicos dispuestos horizontalmente, principalmente arcillas continentales y arenas y areniscas feldespáticas, aunque estas últimas en menor medida. A su vez hay determinadas áreas tapizadas por arenas finas, de extensión y grosor variable, asociadas a los cursos fluviales que descienden del Sistema Central y los depositan en la planicie. A estos mecanismos fluviales se le unen importantes procesos de naturaleza eólica que han conducido a la acumulación de arenas que forman campos de dunas fijadas por la vegetación, en este caso pinos. El estudio de éstas resulta más que complicado por el estado degradado de los aparatos dunares ante la presencia de vegetación, aunque se pueden distinguir sistemas de dunas parabólicas que en algunos casos han dejado sus cuernos desgajados, dando, como consecuencia, cordones dunares.
El paisaje actual de La Moraña lo conforman extensas llanuras de campos de cultivo que ocupan en torno al 80% de la superficie comarcal, reduciéndose al 9% el terreno forestal (Consejería de Agricultura y Ganadería de la Junta de Castilla y León, 2000). Pero este aspecto no ha sido siempre igual ya que a lo largo de la historia ha sufrido variaciones, derivadas principalmente, de la acción humana y el desarrollo de su actividad económica. La interacción entre los diferentes elementos del medio físico (clima, morfología, geología, hidrología,...) condicionaron un ambiente climácico que favoreció la formación de grandes masas forestales de encinar (Quercus bayota). El dominio biogeográfico en el que se enmarca La Moraña es el supramediterráneo seco cuya especie potencial, como ya hemos señalado, es la encina (Quercus bayota) (Rivas Martínez, 1.987). En un pasado no muy lejano, junto a las encinas, encontrábamos otras especies asociadas como el enebro (Juniperus oxycedrus), sobre todo en la zona norte (Tejero de la Cuesta, 1.988), el cual hoy también crece en las laderas del río Adaja. Siguiendo el esquema fisiológico-ecológico de Brockmann - Jerosch y Rübel (1.912) podemos decir que las formaciones de la zona se encuadran dentro de la denominada Durilignosa, que se caracteriza por bosques monoespecíficos de árboles de no demasiado talla, heliófilos y de hojas duras, pequeñas y coriáceas, características típicas del bosque esclerófilo mediterráneo. Pero la continua acción deforestadora del hombre ha reducido a la mínima expresión estas masas de encinar, sobreviviendo, de forma adehesada, algunas de ellas, en áreas meridionales, como son los casos de las Dehesas de Castronuevo (Rivilla de Barajas), Navares (Peñalba de Ávila), Almarza (Sanchidrián) y la de Viñegra de Moraña. La gran capacidad de adaptación de esta especie a condiciones adversas, como la escasa profundidad y desarrollo del suelo, la prolongada y acusada sequía estival y las extremas temperaturas, hacen que todavía se puedan observar ejemplares de encina asociadas a masas de pinar o, incluso, en las pronunciadas laderas de los ríos donde la pendiente y la naturaleza del sustrato determinan un soporte inaccesible, para su colonización, por otras especies. La acción visible del hombre sobre el bosque se remonta al Neolítico cuando aparecen los primeros poblados, de escasos 20-30 habitantes, configurándose grupos humanos que ya practicaban la agricultura y la ganadería, de modo que en torno a las viviendas se disponían, concéntricamente, una pequeña zona de huertas que precedían, en el esquema espacial, a los campos de labor. Cuando en estas tierras decrecía su productividad se optaba por abandonarlas y se roturaban otras nuevas mucho más fértiles y fructuosas.
El paisaje actual de La Moraña lo conforman extensas llanuras de campos de cultivo que ocupan en torno al 80% de la superficie comarcal, reduciéndose al 9% el terreno forestal (Consejería de Agricultura y Ganadería de la Junta de Castilla y León, 2000). Pero este aspecto no ha sido siempre igual ya que a lo largo de la historia ha sufrido variaciones, derivadas principalmente, de la acción humana y el desarrollo de su actividad económica. La interacción entre los diferentes elementos del medio físico (clima, morfología, geología, hidrología,...) condicionaron un ambiente climácico que favoreció la formación de grandes masas forestales de encinar (Quercus bayota). El dominio biogeográfico en el que se enmarca La Moraña es el supramediterráneo seco cuya especie potencial, como ya hemos señalado, es la encina (Quercus bayota) (Rivas Martínez, 1.987). En un pasado no muy lejano, junto a las encinas, encontrábamos otras especies asociadas como el enebro (Juniperus oxycedrus), sobre todo en la zona norte (Tejero de la Cuesta, 1.988), el cual hoy también crece en las laderas del río Adaja. Siguiendo el esquema fisiológico-ecológico de Brockmann - Jerosch y Rübel (1.912) podemos decir que las formaciones de la zona se encuadran dentro de la denominada Durilignosa, que se caracteriza por bosques monoespecíficos de árboles de no demasiado talla, heliófilos y de hojas duras, pequeñas y coriáceas, características típicas del bosque esclerófilo mediterráneo. Pero la continua acción deforestadora del hombre ha reducido a la mínima expresión estas masas de encinar, sobreviviendo, de forma adehesada, algunas de ellas, en áreas meridionales, como son los casos de las Dehesas de Castronuevo (Rivilla de Barajas), Navares (Peñalba de Ávila), Almarza (Sanchidrián) y la de Viñegra de Moraña. La gran capacidad de adaptación de esta especie a condiciones adversas, como la escasa profundidad y desarrollo del suelo, la prolongada y acusada sequía estival y las extremas temperaturas, hacen que todavía se puedan observar ejemplares de encina asociadas a masas de pinar o, incluso, en las pronunciadas laderas de los ríos donde la pendiente y la naturaleza del sustrato determinan un soporte inaccesible, para su colonización, por otras especies. La acción visible del hombre sobre el bosque se remonta al Neolítico cuando aparecen los primeros poblados, de escasos 20-30 habitantes, configurándose grupos humanos que ya practicaban la agricultura y la ganadería, de modo que en torno a las viviendas se disponían, concéntricamente, una pequeña zona de huertas que precedían, en el esquema espacial, a los campos de labor. Cuando en estas tierras decrecía su productividad se optaba por abandonarlas y se roturaban otras nuevas mucho más fértiles y fructuosas.
Publicado en Revista Guardabosques nº 20 (2003)
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