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Yo era aquel joven del abrigo, con la cartera debajo del brazo, que salía temprano de casa todos los días con la misma expresión concentrada, con el mismo paso. A las 8 ½ salía del portal y a las dos menos diez, minuto más o menos a cuenta del autobús, entraba por la misma puerta. Luisa, la portera, llevaba una vida más irregular que la mía. Podía estar o no mientras yo salía y entraba. El invierno es así. Un túnel frío, laborioso para pensar en proyectos a largo plazo. La vida, pensamos, es así. Una continuidad de horas, de escalones, de libros, de cartas, de esperas, de ideas. El mundo acababa en la epidermis del cuerpo, generalmente helada, generalmente huida hacia la soledad y el calor. La naturaleza está ahí, echada a perder, embarrada, hosca, nebulosa, inclemente, hostil, para ella sola. A veces sonríe con un rayo pálido de sol como una enferma débil un poco mejorada. Entonces pía un pajarillo y enseguida huye, se va, se escapa, y no le oímos más. Pero, de pronto, nos dice el calendario que marzo va a empezar. Un día, con gusto, habíamos respirado un aire un poco perfumado, un poco denso, voluptuoso, y lo habíamos hecho casi violentamente, haciéndolo pasar a chorros por la nariz, hasta sentirlo dentro haciéndose persona, llenándonos. ¡Vaya! ¡Parece que va a llegar el buen tiempo!, se nos ocurre sin más, como si tal cosa. Y resulta que, de pronto, después de unos días tibios, llega un día de sol enorme, desbordado, caudaloso, avariciosamente abarrotado de luz. ¿Qué ha pasado?, pensamos bajo esa nueva luz que apabulla al abrigo, que llena e polvo y seca los zapatos. El temor nos asalta y se va apoderando de nosotros a medida que nos vamos llenando de sol. Hemos salido a la misma hora de casa por la mañana, sí Pero, ¿cuándo volveremos? ¿Qué hará ahora ese libro gordo que hay que aprender, tan mordido, tan avanzado en el invierno, tan puesto siempre en su sitio, tan lleno de señales, tan aparentemente vencido? Se vengará. Recuperará poco a poco todo lo que aprendimos de él. ¿quien le sacará su áspera, trabajosa música, abriéndolo y cerrándolo, acordeón monótono del porvenir? Humilde, tristemente, llegaremos a él y nos sentaremos mirándolo. Lo abriremos por donde lo dejamos. Ya no. Ya no es posible. ¿Qué pasaba este invierno? Era el proyecto del kiwi en la nevera, el kivi eterno. Ahora ya no. Hace sol. Los árboles están llenos de pájaros. Has desaparecido con la luz. Eres tierra quieta, caliente. Eres aire, eres suspiro. Y no hay nada que hacer. Ya no hay más que tu talento, que te deshace, que te llama, que ignora las oposiciones de los letrados. Las ocho horas, todo lo que ÉL puede ignorar y nosotros no.
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Marisa Pascual
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