sábado, 1 de agosto de 2009

Como el Limón

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Mi barman favorito y yo llegamos a un acuerdo definitivo: nunca volveremos a husmear en los mensajes de los móviles olvidados: es habitual encontrar a la hora de la limpieza algún teléfono olvidado. A mi barman le pasa a menudo. Una noche, agotadas todas las palabras, miradas y complicidades, sacó del cajón un móvil. Yo, que buscaba musas sin éxito, pregunté de quién era.

“No sé”, me dijo él. “Hace siete días que lo encontré y nadie ha venido a reclamarlo.”

“Llamemos a algunos números”, le dije.

“¿Para qué?”, preguntó. “Si el dueño no volvió a buscarlo, será porque no le importa”.

“Investiga”, insisto. “Indaga lo que contiene el teléfono a ver si encontramos alguna pista para devolverlo”.

Mensajes. Elementos enviados. Nada. Elementos recibidos. Nada. Borrador: un mensaje sin enviar. Abrimos el mensaje y lo leímos: Odio todas las canciones tristes. Los ojos de la noche que no son los tuyos. Odio todos los poemas de amor porque no puedo ponerlos en tu boca Odio la calle en la que nunca estás. La ciudad solitaria que solo escucha el ruido de mis pasos, los escaparates que reflejan mi cara de tipa aburrida, a los gatos que se cruzan en mi camino y que parecen maullar tu nombre. Odio verte cuando no vuelves. Odio saber que no estás. Odio a la persona que está en tu cama y puede recitar poemas como mariposas en tu vientre de nube. Odio este agosto de lluvia y las cosas que tomo y las tonterías que hago para olvidarte. Y no puedo olvidarte. No.

El barman, que había dejado de beber, se abrazó a la botella de Jack Daniel’s y tiro por el desagüe su aburrida agua sin gas. Yo pedí otra margarita, oh perdón, como él, otro Jack Daniel’s, seco, sin hielo, por favor.

Me miró. Le miré. Alguien robó nuestras voces. Brindamos no sé por qué y prometimos no fisgonear nunca más en los teléfonos móviles ajenos, ni los contenidos olvidados.

Prometimos seguir contándonos nimiedades, escuchando los blues de la decepción.

En el cubo de la basura, como una lágrima, tiramos el teléfono. Era una noche de agosto que parecía de limón. Amarga.
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Marisa Pascual

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