viernes, 11 de septiembre de 2009

Desde la Azotea

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Acompañada por cientos de gatos
me gusta sentarme en la fría azotea de mi casa
y mirar con atención las vecinas techumbres
la ínfima gente que pasea por las calles.

Adquiero conciencia de mi situación real en este mundo
en este cosmos sólo habitado por quimeras.
Alguna vez un meteoro ilumina el firmamento
y su efímera estela
otorga patetismo a la escena extraña.

Únicamente las estrellas son inmutables en este caos azul.

Estoy aquí para observar impotente
la lenta y ronca agonía del mundo.
Ejerzo mi pasión de pensadora insomne
rodeada de gatos que son focos sin sueño.

Las viajas chimeneas, embriagadas de nostalgia,
se desmoronan
sobre fluorescentes rebaños de coches y personas
que circulan por rectilíneas calles.

Mendigos cubiertos por el brillante polvo de los astros
hurgan afanosos en los cubos de basura
mientras rubias muchachas de delgadísima estirpe
humedecen sus melancólicas guedejas
en la penúltima ginebra de la noche.

Solitarios amantes esperan una imposible llamada telefónica,
ebrios sobre el último velador del ruinoso bar.
Ínfima gente la que desde aquí arriba,
desde las hondas elipsis de los astros
ocultos por nacaradas chimeneas y balaustradas lluviosas,
contemplamos
los gatos y yo.

Ínfima gente que llora sin cesar
sobre el turbio rostro de las causas perdidas.
Los cines arrojan un espeso manantial humano
que burdamente comenta
la sensual y exótica belleza de la heroína del film.

Los semáforos hacen guiños al destino
con sus ojos verdes y rojos
y como dictatoriales postes de color
ordenan conductas con irisada rigidez.

Resplandecientes anuncios de neón brillan
sobre la carne azul niquelada de los coches.

lentos son los cadáveres que atraviesan la ciudad
ocultos en el féretro secreto
de la muerte.

Desde el alféizar gris de la azotea
bajo un insistente aguacero de cometas
los gatos y yo contemplamos
los cercanos tejados
las chimeneas que incesantes caen sobre el vacío
las estrellas cubiertas con su imperturbable clámide de plata
la ínfima gente que inunda
el oscuro teatro de la calle.
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A veces pienso que somos espectadores privilegiados de la gran tragedia.

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Marisa F. Pascual
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